Siempre me he considerado más una persona de reflexión que de acción. Contemplar las distintas posibilidades y estudiarlas antes de tomar una decisión es algo que me ha salvado en muchas ocasiones de grandes fracasos, pero también he dejado de hacer otras muchas cosas porque la conclusión de dicho análisis no era positiva, habiendo resultado más tarde un claro error.
Con el tiempo, me he dado cuenta de que un fracaso no es siempre la peor opción, muchas veces lo peor es no intentarlo.
Como ya he dicho, el análisis previo es casi obligatorio, pues soy consciente de que unos segundos o minutos de reflexión pueden ahorrar muchos de trabajo, pero he descubierto no solo que los razonamientos no siempre son eficaces, sino que hay veces que el mero hecho de realizarlos exhaustivamente es un error en sí mismo.
Un ejemplo es tardar más tiempo en elegir qué camino tomar para ir a un sitio que la diferencia de tiempo que hay entre recorrer un camino u otro.
Otro, quizá más claro, la fábula del burro a la que hace referencia el título.
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